BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

EL PARADIGMA PÚBLICO DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA - XXIII

La Biblioteca del Seminario Tridentino de Puebla, herencia del clero establecido en la Nueva España, en el siglo decimonónico continuó siendo un centro bibliotecario al servicio principalmente de los colegiales que cursaban sus estudios en ese conjunto académico, esto es, esa biblioteca prosiguió apoyando esencialmente la formación de sacerdotes. De tal manera que la administración bibliotecaria durante las primeras cinco o seis décadas del siglo XIX siguió estando ajustada a los cánones coloniales, a pesar de la consumación del movimiento independentista mexicano en 1821. Aunque cabe precisar, la independencia de México fue reconocida por España hasta 1836, año del que data el histórico escrito del político liberal mexicano Melchor Ocampo (1814-1861), concerniente a la «Biblioteca Palafoxiana». 

 

El siglo XIX fue tiempo de guerras, primero entre insurgentes y realistas (1810-1821); luego contra el expansionismo de los Estados Unidos (1846-1848) y más tarde entre liberales y conservadores (1858-1861). El poder de la Iglesia, aún después de la independencia de México, estuvo por encima del poder del Estado. Pese a todo, la lucha por el poder político generó la primera monarquía constitucional y, años más tarde, la adopción de un sistema republicano federal. No obstante los cambios en la estructura social y política del país, derivados de aquellas guerras, el modelo anquilosado de esa institución bibliotecaria prácticamente no sería afectado ni alterado con intenciones de mejorar el servicio al público. Por tanto, la consulta pública de la Biblioteca Palafoxiana continuó presentando varios escollos que parecieron difíciles de superar.

 

Por ejemplo, el servicio de estantería abierta continuó vedado para los lectores, pues siguieron “teniendo un fuerte alambrado para impedir se tomen los libros sin permiso”, tal como escribió en 1836 don Melchor Ocampo (1901, p. 264-265); mientras que para acceder a los libros de los estantes superiores había que tener llave de las dos puertas que protegían el paso a esas colecciones ubicadas en el segundo cuerpo. Consecuentemente, el papel del bibliotecario custodio persistió con el mismo celo que en los siglos anteriores, aunque cabe mencionar que en ese tiempo se carecía de personal destinado a hacer funcionar esa institución bibliotecaria. Por tanto, la responsabilidad recaía en los colegiales, quienes se turnaban por semanas para brindar servicio a su selecta comunidad (Ocampo, 1901, p. 267). El servicio de préstamo de libros a domicilio era impensable porque el anatema religioso estaba aún vigente, es decir, había aún “excomunión mayor para el que salga dos pasos fuera de la puerta con un libro de la Biblioteca” (Ocampo, 1901, p. 267). La excomunión fue la pena más severa impuesta por la ley canónica mediante la cual “los delincuentes de papel” (Ramos, 2013) podían ser excluidos de la Iglesia católica. Si es que el acto de sacar libros de aquel recinto de lectura religiosa siguió siendo considerado, en los albores del siglo XIX, un delito mayor y equiparable a los crímenes de escribir, imprimir, vender, comprar, circular y leer libros prohibidos.   

 

Más aún, las contradicciones en relación con el servicio al público es notorio cuando aquel abogado mexicano refirió que “todos los de la calle son admitidos”, pero no todos podían subir a escoger los libros descubiertos, esto es, aquellos que no tenían rejilla de alambre; de los colegiales sólo los bachilleres lo podían hacer, los demás necesitaban permiso expreso no del personal bibliotecario sino del rector (Ocampo, 1901, p. 267). Quizás debido a esas trabas, gravoso legado del obispado de los siglos XVII y XVIII, es como se ha llegado a reconocer: “De esta suerte se ha formado a través de los años esta rica pero desgraciadamente tan poco utilizada biblioteca” (Torre, 1953, p. 666). Si es que el comentario de que todos los lectores externos eran admitidos se puede interpretar como un mero formalismo, ideal que se relaciona con el del obispo que donara el fondo de origen de ese centro bibliotecario, nos referimos a Juan de Palafox y Mendoza, quien tuvo la pretensión de conformar “una librería pública y común” para que “los pobres y otros” que no tuviesen la oportunidad de tener libros a su alcance, pudiesen “cómodamente estudiar” (Torre, 1960, p. 46). Idealismo que la reglamentación de ese centro bibliotecario imposibilitó en virtud de la serie de normas impuestas acordes con el funcionamiento de las posturas eclesiásticas.

 

Así, tanto la consulta pública de los acervos como el uso público en general de la Biblioteca Palafoxiana en el siglo XIX dejó mucho que desear tanto para lectores internos como externos porque, en síntesis:

 

En el tiempo que Ocampo visitó la biblioteca ésta carecía de bibliotecario por lo que el servicio estaba a cargo de los seminaristas quienes se turnaban semanalmente. La consulta estaba abierta a todo público aunque no todos gozaban de las mismas prerrogativas: los colegiales del  Seminario que habían ganado el grado de bachiller podían consultar la colección sin ninguna restricción; los colegiales sin grado debían obtener una licencia del rector para tener acceso a la biblioteca. Los lectores externos tenían prohibido subir al segundo piso y elegir sus propios libros. A todos se le prohibía sacar cualquier libro del recinto y quienquiera que con él diera dos pasos fuera de la biblioteca quedaba ipso facto, excomulgado. (Osorio, 1988, p.90)

 

Recordemos que la naturaleza de las colecciones, en relación con las temáticas que trataban, el interés se tuvo que limitar principalmente a los estudiosos de los autores clásicos y teológicos, pero aún ellos tuvieron que vencer los obstáculos reglamentarios para poder consultar ese acervo. En efecto, la cantidad de libros religiosos que entró a lo largo del periodo colonial en la Nueva España es muestra que los acervos, tanto de bibliotecas institucionales como personales, debieron predominar en contraste con los libros civiles. La investigación de Gómez (2011) en torno al comercio de libros entre España y Nueva España durante 1750 a 1820, evidencia el contexto cultural del libro religioso y el libro profano, entorno del que no estuvo al margen la Biblioteca Palafoxiana, máxime que se trató en realidad de un centro bibliotecario académico-eclesiástico. 

 

Como podemos constatar, para Melchor Ocampo, formador de una de las bibliotecas más ricas del siglo XIX mexicano, no pasó inadvertida la admirable Biblioteca Palafoxiana. En su escrito sobre esa institución bibliográfica, señaló los principales inconvenientes en torno al servicio al público. Defensor de los principios democráticos y de la libertad de imprenta,  particular efecto debió causarle también el hallazgo referente a “una alacena cerrada con llave y candado, en donde se depositan los libros prohibidos” (Ocampo, 1901, p.  265). Asunto que otros autores (Iguíniz, 1913, p. 294; Osorio, 1988, p. 90) no consideraron importante referir al analizar el escrito de Ocampo en torno a esa Biblioteca.  

 

A través de una estampa cultural, que ilustra la transición del régimen colonial al independiente en la ciudad de Puebla, observamos el poder intelectual que desempeñaron las imprentas, los impresos y las bibliotecas en una época en que la Inquisición no había dejado de actuar para combatir las ideas perniciosas.   

 

El tránsito de la vida colonial a la independiente en Puebla, como en todo el país, estuvo signado por una intensa lucha ideológica, ésta  se hizo evidente en las polémicas que sostuvieron entre sí no tanto los miembros de la sociedad civil como los de las comunidades religiosas. Los agentes de circulación de las ideas fueron el panfleto, el libro y el periódico; éstos fueron el signo de los tiempos. Su contenido varió y se amplió respecto a los años anteriores. Especialmente en Puebla, la segunda ciudad del virreinato, el comercio de libros se volvió más intenso al igual que la actividad de la imprenta. […]

En estas condiciones la circulación de libros dejó de ser un hecho meramente controlado para preservar la fe y apareció más explícitamente como un problema de política estatal. La Inquisición, por tanto, estrechó sus controles, revisó los envíos de España a México; exigió testimonio de los libros existentes en las librerías y en las bibliotecas particulares; urgó en las bibliotecas conventuales y de los colegios. Sin embargo, ninguno de estos afanes logró impedir o limitar la difusión de las ideas que cada vez permeaban más a la sociedad colonial (Osorio, 1988, pp. 63-64).

 

La colección de libros prohibidos de la Biblioteca Palafoxiana evidencia que la censura sobre ciertos temas y autores fue práctica común de las autoridades eclesiásticas y civiles, prohibiendo así la difusión de opiniones, escritos o imágenes que consideraban contrarias a los principios morales, religiosos, políticos o sociales que regían la vida de la comunidad colonial. El comentario de Ocampo referente a esos libros prohibidos hace pensar que la biblioteca en cuestión, como efectivo mecanismo institucional al servicio de la hegemonía eclesiástica, contribuyó activamente con el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición para evitar: 1] la circulación de escritos nocivos y 2] la práctica de la lectura de textos peligrosos. La exposición Libros prohibidos, censura y expurgo en la Biblioteca Palafoxiana, efectuada entre julio de 2003 y enero de 2004, es una muestra fehaciente sobre este asunto (García, 26 de agosto de 2003, Documentan oscurantismo…) que se sumó a los impedimentos para hacer efectiva la consulta pública de los impresos de esa biblioteca.

 

Se sabe que en materia de libros contrarios a la fe católica “la obra podía ser expurgada o prohibida” (Ramos, 2013, p 169). En efecto, el control de  la lectura en ese tipo de espacios novohispanos produjo actos oscurantistas e intolerantes de censura que se han distinguido grosso modo en dos: 1] el expurgo que consistía en tachar con tinta frases, párrafos, páginas, además de mutilar partes o capítulos completos, o bien en alterar burdamente ilustraciones y grabados y 2] El aislamiento o retiro de libros prohibidos que se dejaban intactos. Evidencias que hallaron, en los albores del presente siglo, los catalogadores del acervo de la Biblioteca Palafoxiana, pues durante el proceso de la organización “notaron que había varios libros mutilados, con tachaduras o con pegotes” (García, 26 de agosto de 2003, Documentan oscurantismo…).

 

Referencias

 

García Hernández, Arturo. (26 de agosto de 2003). Documentan oscurantismo e intolerancia. La Jornada. Recuperado de:

http://www.jornada.unam.mx/2003/08/26/05an1cul.php?origen=cultura.php&fly=2

 

Gómez Álvarez, Cristina. (2011). Navegar con libros: el comercio de libros entre España y Nueva España: una visión cultural de la Independencia (1750)-1820).México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México; Madrid, España: Trama editorial.

 

Iguíniz, Juan B. (1913). La Biblioteca Palafoxiana de Puebla. Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología. No. 5, pp. 289-300.

 

Ocampo, Melchor. (1901). Biblioteca Palafoxiana. En Obras completas. Tomo III. Letras y ciencias. México: F. Vázquez Editor. pp. 264-270

 

Osorio Romero, Ignacio. (1988). Historia de las bibliotecas en Puebla. México: SEP, Dirección General de Bibliotecas.

 

Ramos Soriano, José Abel. (2013). Los delincuentes de papel: Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820).  México: Fondo de Cultura Económica; Instituto Nacional de Antropología e Historia.

 

Torre Villar, Ernesto de la. (1953). La biblioteca de los colegios. En Notas para una historia de la instrucción pública en Puebla de los Ángeles. Estudios históricos americanos: homenaje a Silvio Zavala. México: El Colegio de México. pp. 665-666

 

---------- . (1960). Nuevas aportaciones acerca de la Biblioteca Palafoxiana. Boletín de la Biblioteca Nacional. 2ª época, 11 (1): 35-66


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.