BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

EL PARADIGMA PÚBLICO DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA - XXII

De acuerdo con lo que hemos venido aseverando en torno a la Biblioteca Palafoxiana, como uno de los centros bibliotecarios novohispanos más importantes, es posible reafirmar: esta institución de lectura no funcionó en realidad como “biblioteca pública”, por ende reafirmamos, es erróneo aseverar que se trató de la “primera biblioteca pública de México”.  Las restricciones operativas, impuestas por el recelo de la administración clerical, permiten argumentar que el espíritu público, expresado por las principales autoridades diocesanas durante la colonia, fue una quimera. Una verdadera biblioteca pública no instituye cortapisas para el uso de sus colecciones y servicios; tampoco implementa limitaciones con la intención de segregar a determinadas categorías de lectores en relación con el acceso a su espacio de consulta y lectura. La autoridad religiosa de ese centro bibliotecario poblano dispuso una serie de trabas, en aras de impedir posibles daños a los libros. 

 

El obispo Francisco Fabián y Fuero reglamentó el uso de la Biblioteca a tal grado que esta institución fue en realidad un espacio privilegiado para servir a determinados grupos de docentes y estudiantes del Real y Pontificio Seminario Palafoxiano. La cláusula XII de dicho reglamento es suficientemente elocuente en este sentido:

 

De los colegiales de nuestro seminario solamente podrán estudiar en la librería los que fueren maestros o pasantes, pero por ningún título los jóvenes cursantes, y mucho menos los niños de gramática, porque además de que los primeros tienen los libros que pueden necesitar en la otra librería, y los segundos no pueden dedicarse a otra cosa que a sus cuadernos, artes, y demás libros que les enseñare su maestro, ha enseñado la experiencia, que de lo contrario se sigue el perder, y hacer que otros no logren el tiempo, y maltratar los libros, sus estampas, y mesas (Torre, 1960, p. 63).

 

El principio rector era el de conservar en buen estado los acervos y el ambiente de estudio de los colegiales, maestros o pasantes. Los jóvenes y los niños tuvieron vedado el uso de esa majestuosa Biblioteca. El menosprecio por los jóvenes lectores y el desdén por los niños se notan en la diferencia de trato al formalizar quienes podían o no “estudiar en la librería”. En esa cerrada atmósfera bibliotecaria no hubo cabida entonces para los lectores de todas las edades que requerían utilizar la Biblioteca solamente como espacio colectivo de estudio; como tampoco tuvieron la oportunidad de acceso esas categorías de lectores externos, es decir, de jóvenes y niños que no pertenecían al Seminario Tridentino de Puebla, cualidades de acceso y uso de toda auténtica biblioteca pública. No se podía descuidar el mecanismo intelectual para continuar el desarrollo del clero, pues su formación teológica dependía de esa biblioteca abundante con “cerca de ocho mil cuerpos de libros” (Torre, 2006, p. 256).

 

Por esto, se observa que la apertura al público de la Biblioteca Palafoxiana fue muy selecta. La aspiración de beneficiar a todos, como protagonizaron los obispos en turno, no se logró. Así, a las políticas de horario limitado de servicio y de “puertas alambradas” para proteger las colecciones, se sumó la política de prohibir el acceso a determinados tipos de lectores internos y externos. Había que evitar o prevenir, por si acaso, actos que pusieran en riesgo el deterioro de uno de los instrumentos intelectuales más potentes de los religiosos a su estricto servicio: la biblioteca académico-clerical, importante baluarte de la ideología cristiana durante la colonia. Desde esta arista, esa ilustre “librería” no fue aséptica. Es decir, como biblioteca institucional para servir a la vanguardia eclesiástica desempeñó en la sociedad colonial un papel fundamental en la legitimación del dominio imperante. Política bibliotecaria consustancial entonces al afianzamiento y expansión del imperio español. 

 

El comportamiento social de los lectores, en el contexto “público” de aquella biblioteca colonial, está en cierto sentido plasmado en las Reglas y ordenanzas del obispo Francisco Fabián y Fuero. El orden establecido al interior de ese recinto debía, por ejemplo, estar ajustado a un bien vestir; ajustado al espíritu moral de los privilegiados que estaba por encima de las posibilidades debidas a la condición humana de los desheredados. En relación con esta conducta la cláusula XIII expresa:

 

No se permita que alguno entre en nuestra biblioteca como no sea en hábito decente, y eso sin llevar echado el embozo, y del mismo deberán salir, todos; sean eclesiásticos o seglares, estarán también en ella sin embozo, y los expresados maestros y pasantes, que del colegio pueden asistir a esta librería, han de ir con bonete y manto abrochado o de ceremonia, porque conduciendo tanto el esplendor de los colegios la política y de hacer de sus individuos, y siendo una de las principales partes de la política la compostura exterior, es muy justo que se presenten con la decencia posible, en una pieza que ha de ser el objeto del público, y morada de los estudiosos y amantes de las letras. (Torre, 1960, p. 63).

 

La prohibición de acceso para quienes no tenían el alcance o la costumbre de un vestir con la “decencia posible” fue tajante: “No se permita que alguno entre en nuestra biblioteca como no sea en hábito decente”. Para tal efecto, los lectores académicos (maestros o pasantes) debían llevar los atuendos típicos: “bonete y manto abrochado o de ceremonia”. La autoridad obispal no reglamentó la entrada de los lectores externos, esto sugiere pensar que la vestimenta de ellos ¿debiese cumplir simplemente el criterio general de decente? El modo de vestir “decente”, fomentado en parte por el régimen clerical de la época, se configura como un aspecto de norma bibliotecaria para poder entrar a ese espacio intelectual de lectura y estudio. Se trató de armonizar “la política” referente a “la compostura exterior”; política alejada del “objeto público”, es decir, disposición opuesta al pleno acceso del público que por curiosidad, interés o necesidad pudo haber requerido usar los acervos de la Biblioteca Palafoxiana.  

 

Asistimos a una normativa bibliotecaria novohispana, ajustada a los intereses de una moral que propendió reforzar el perfecto orden del Real y Pontificio Seminario Tridentino de Puebla. Pero entre la expresión conservacionista obispal y la costumbre popular derivada de la práctica social se debió levantar un antagonismo que dificultó más en los hechos hacer realidad el renombre de biblioteca pública. Porque, en definitiva, ¿qué pudieron haber entendido por «hábito decente» los posibles lectores de grupos marginados y, por ende, no habituados a las pautas de comportamiento social que imponía ese orden establecido?

 

Junto a la serie de prohibiciones expresadas en esas Reglas y ordenanzas entra en escena la amenaza mediante la cláusula número XVII que a la letra dice: “Siempre estará en público, y de modo que todos la puedan leer la Bula, en que con pena grave de excomunión mayor está prohibido el sacar libro alguno, o papel de esta librería” (Torre, 1960, p. 64). Así, la autoridad obispal recurrió otra vez al escrito emitido por la autoridad papal. Se trata, recordemos, del documento pontificio expedido, en febrero de 1648, por el Papa Inocencio X a petición de Juan de Palafox y Mendoza. Esta prohibición papal debía, en efecto, permanecer “siempre pegada en las puertas de dicha biblioteca o en algún otro lugar visible donde pueda ser distinguida por todos”  (Traducción de Guillermo Saúl Morales Romero. Citado en Fernández, 2011, p. 149). Fue una conminación para evitar tanto la fechoría de sustracción como el servicio de préstamo de libros fuera del recinto. Así, el propósito de preservación de las colecciones continuó prevaleciendo; la administración de severa custodia siguió resistiendo a la madurez de un servicio bibliotecario innovador para el acotado público lector de la época virreinal. Las condiciones emanadas del obispado, como se puede inferir, carecieron de las principales características de una biblioteca pública. El atraso en torno al público y lo público respecto al servicio de biblioteca durante la colonia es notorio a través de este caso.  

 

Referencias

 

Fernández de Zamora, Rosa María. (2011). Don Juan de Palafox y Mendoza, promotor del libre acceso a la información en el siglo XVII novohispano. Investigación Bibliotecológica. 25 (54): 141-157

 

Torre Villar, Ernesto de la (1960). Nuevas aportaciones acerca de la Biblioteca Palafoxiana. Boletín de la Biblioteca Nacional. 2ª época, 11 (1): 35-66

 


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.