BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

EL PARADIGMA PÚBLICO DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA - XIV

Acorde con lo expresado respecto a «lo público» y «el público» en torno a la biblioteca para todos, observamos que ambas nociones se diferencian y complementan para aquilatar, desde diversas perspectivas, el valor de esta institución al servicio de la comunidad. El carácter multidimensional del paradigma público de este centro bibliotecario es relevante para ahondar no solamente en sus principios, valores, definiciones y conceptos, sino también para detallar su evolución histórica, política, social y cultural. El estudio y análisis respecto a sus modernas raíces y variados desarrollos en el contexto latinoamericano es un tema de investigación pendiente por realizar. Para ilustrar esta vertiente abordemos el caso de la biblioteca pública en México y así distinguir el calado de sus orígenes y desenvolvimiento en la estructura social y política del Estado. 

 

Como en otros países de América Latina, la biblioteca pública mexicana tiene sus orígenes en algunas bibliotecas cuasipúblicas que se desarrollaron en tiempos del Virreinato, régimen colonial español que duró tres siglos (1521-1821). Aunque algunos autores (Zapata, 1996; Fernández, 2001; Martínez, 2003) han escrito en torno a la existencia de las “primeras bibliotecas públicas” durante la colonia, lo cierto es que esos espacios bibliográficos, en concordancia con los antecedentes que se conocen sobre la naturaleza de sus acervos, su funcionamiento y sobre todo teniendo en cuenta el contexto social, político y cultural en el que se desarrollaron, podemos inferir que no lograron alcanzar más que niveles de bibliotecas prepúblicas o perfiles de centros bibliotecarios protopúblicos. Esta tesis histórica se basa en el conocimiento inherente a la rigidez que determinó la vida novohispana.

 

En efecto, si consideramos el contexto de la Nueva España, el cual se caracterizó por la formación de una sociedad oprimida a consecuencia de la censura civil-eclesiástica, entonces podemos comprender que la pauta de abrir a un público más amplio algunas bibliotecas fue una idea avanzada para la época. Motivo por el que se puede considerar como una tendencia  primigenia y modernista de servicio bibliotecario al público que adoptaron algunos personajes de Iglesia y Estado, pero sin valorar a ninguno de ellos como verdaderos promotores o paladines de la libertad de acceso a la información bibliográfica. Si bien existe un notable caso en la Nueva España con la figura de Juan de Palafox y Mendoza, fundador de la denominada en su honor Biblioteca Palafoxiana, y quien adoptó una “idea vanguardista de biblioteca pública” (Fernández, 2001, p. 16), siendo él obispo de Puebla, de ningún modo aceptamos la apreciación de que ese eclesiástico haya sido en realidad “un promotor del libre acceso a la información en el siglo XVII novohispano” (Fernández, 2011, p. 141). Abrió un poco de brecha hacia el servicio de biblioteca al público, sí, pero fue una sutil aproximación en torno a una biblioteca  de carácter clerical y académica.  

 

Sin duda que ese acercamiento al público en la historia de las bibliotecas novohispanas se justiprecia como una innovadora técnica para administrar el servicio de biblioteca; como una perspicaz y generosa política para ampliar la oportunidad de acceso al saber. Pero este acontecimiento no podemos sobrestimarlo al grado de afirmar que se trató de la creación de la primera biblioteca pública en el México colonial. Afirmar esto implica minimizar el carácter inflexible de los poderes civiles y religiosos que existieron en torno a los autores e impresores, a las bibliotecas y libros, a los bibliotecarios y lectores. En la contextura virreinal, argumentaremos que la Biblioteca Palafoxiana no fue un símbolo de servicio al público, ni tampoco de lo público.   

 

Por ejemplo, en el entorno histórico de la colonia se asevera: “Durante el Virreinato hubo en nuestro país tres bibliotecas que abrieron sus puertas a la sociedad ilustrada, la Biblioteca Palafoxiana de Puebla, la Turriana de la Catedral Metropolitana y la perteneciente a la Real y Pontificia Universidad en la Ciudad de México.” (Fernández, 2001, p. 15). Así es, el criterio para considerar aquellas instituciones como “las primeras bibliotecas públicas” novohispanas fue la pauta de abrir sus puertas, con la finalidad de que otras personas hiciesen uso de los acervos que contenían. Pero esta norma de uso al público apenas se aproximó a la noción de lo que a mediados del siglo XIX serían en realidad las primeras bibliotecas públicas. Osorio al referirse a la disposición de una mayor apertura de uso respecto a las colecciones de la Biblioteca Palafoxiana afirmó con cierta mesura: “Esta cláusula es importante porque convierte a esta biblioteca en la primera que en Nueva España se acerca a la concepción moderna de biblioteca pública.” (1986, p. 182). Podemos inferir que este autor no afirma categóricamente que esa biblioteca novohispana se la pueda conceptuar como tal, pues esa institución no funcionó sobre la base de igualdad de acceso para todas las personas. La rígida administración bibliotecaria que se practicó en aquellos tiempos nos permite refutar ideas concebidas fuera del contexto novohispano. Abundemos el paradigma público respecto a ese centro bibliotecario poblano en las coordenadas históricas del periodo colonial mexicano.

 

El movimiento cultural e intelectual de la sociedad de la Nueva España se concentró principalmente en los círculos de la educación religiosa que predominó entonces, por lo que esas colecciones “abiertas al público” estuvieron disponibles principalmente para los lectores eclesiásticos regulares y seglares; para aquellos profesores, estudiantes y comúnmente hombres de sotana o toga interesados en libros de historia sagrada, derecho canónico, teología escolástica y dogmática, oratoria sagrada, colecciones de concilios, ascética y mística, padres y doctores de la iglesia, liturgia, disciplina eclesiástica, historia natural, humanidades, geografía, gramáticas, biblias y diccionarios, autores clásicos y poéticos, física, matemáticas, entre otros. Es decir, acervos conformados por el donante (Juan de Palafox) de esos libros que había estudiado en las universidades de Huesca, Alcalá y Salamanca. Por la esencia de esas colecciones y el carácter de la donación de este acervo, la Biblioteca Palafoxiana se constituyó más bien para servir a una comunidad académico-clerical. De modo que ese recinto bibliotecario debió contribuir a crear una relevante atmósfera de decoro intelectual del Real y Pontificio Seminario Tridentino de Puebla.

 

Recordemos que el obispo Juan Palafox y Mendoza donó su “librería” con alrededor de “cinco mil cuerpos” al Colegio Seminario estructurado en tres colegios: San Pedro, San Juan y San Pablo, siendo instalada esa “librería” en este último pero para el primordial aprovechamiento de los colegiales, así como para “las demás personas eclesiásticas y seculares”, incluidas las personas del obispado radicadas en la ciudad de Puebla, es decir tanto para el uso del clero regular (formado por las órdenes religiosas de hombres y mujeres, sujetos a las reglas de su orden) como del clero secular (integrado por los sacerdotes que no pertenecían a ninguna orden y que estaban sometidos al poder de los obispos); y en segundo plano para el usufructo de “todo género de personas” (Osorio, 1988, p. 35). Pero bien sabemos que esta categoría general se limitaba a hombres instruidos que habían podido acceder al mundo de los libros y la lectura; lectores caracterizados por su formación intelectual y ligados comúnmente a los sectores predominantes de la burocracia virreinal. Con base en uno de los grabados del poblano Miguel Jerónimo Zendejas, referente a la majestuosidad de aquella Biblioteca Palafoxiana, se aprecia el estatus colegial principalmente y el muy circunscrito público perteneciente a la clase social dominante:

 

… la mayoría de las personas que hacen uso de la biblioteca, por obvias razones, son los estudiantes de los diversos colegios. Los que son visitantes se distinguen por la elegancia de su vestimenta, que los remite a una clase social elevada. Por tal motivo, nuevamente señalamos que ésta fue una biblioteca “pública”, a disposición de la comunidad, pero esa comunidad se restringía a un selecto grupo de personas privilegiadas. (Cortés, 2012, p. 188. El entrecomillado de la palabra «pública» es del autor). 

 

Libros pues para un público estudioso y docto, esto es, individuos y grupos pudientes u opulentos de la sociedad dirigente y cuyos acervos en esas áreas del conocimiento les permitió continuar formando cuadros de intelectuales orgánicos al servicio del status quo que sostenía el sistema social colonial. Biblioteca semipública en tanto abierta para una minoría ilustrada que sabía leer libros escritos en latín, griego, hebreo, sánscrito, caldeo, entre otros idiomas inaccesibles para la mayoría de la población no solamente analfabeta. Acervos para servir a las elites lectoras del régimen colonial; colecciones para el uso de la intelectualidad colonizadora, no para el pueblo, no para los lectores pertenecientes a grupos sociales subalternos. Con base en este razonamiento, no compartimos la aseveración referente a que la Biblioteca Palafoxiana es considerada como “la primera biblioteca pública de la Nueva España” (Frías, 1983, p. 259); o más aún, que es “la primera biblioteca pública de México y tal vez de América (Fernández, 2001, p. 17); punto de vista que esta misma autora afirma de manera más terminante en otro de sus escritos: “la primera biblioteca pública en México y en América” (Fernández, 2011, p. 146). Pero estas apreciaciones son más bien sugestivas, como aquella otra aserción semejante en relación con la Biblioteca Turriana al tenerla en cuenta también como “la primera biblioteca pública de México.” (Pagaza, Rogerio y Brito, 1990, p. 56). Aseveraciones que contrastan con la de Carreño: “Fray Alonso de la Veracruz, famosísimo agustino, constituye la primera biblioteca pública en pleno siglo XVI” (1961, p. 291) en la Nueva España, por lo tanto también en América. ¿A quién le asiste la razón? Continuaremos con el caso de la Palafoxiana.

 

Referencias

 

Carreño, Alberto María. (1961). La Real y Pontificia Universidad de México, 1536-1865. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Cortés, Amado Manuel. (2012). Del manuscrito a la imprenta, el nacimiento de la librería moderna en la Nueva España. La Biblioteca Palafoxiana. México: Ediciones y Gráficos Eón; Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

 

Fernández de Zamora, Rosa María. (2001). Las bibliotecas públicas en México: historia, concepto y realidad. En Memoria del Primer encuentro internacional sobre bibliotecas públicas. Perspectivas en México para el siglo XXI. Ciudad de México, del 24 al 28 de septiembre de 2001. México: CONACULTA, Dirección General de Bibliotecas. pp. 13-33

 

--------------. (2011). Don Juan de Palafox y Mendoza, promotor del libre acceso a la información en el siglo XVII novohispano. Investigación Bibliotecológica. 25 (54): 141-157

 

Frías, Martha Alicia. (1983). La biblioteca de Nueva España. Anuario de Bibliotecología. Época IV, Año 4. pp. 233-278

 

Martínez, José Luis. (2003). Las primeras bibliotecas públicas en Nueva España. Artes de México. (68): 34-35

 

Osorio Romero, Ignacio. (1986). Historia de las bibliotecas novohispanas. México: SEP, Dirección General de Bibliotecas.

 

Pagaza García, Rafael; Rogerio Buendia, Ma. Teresa; Brito Ocampo, Sofía. (1990). Las obras de consulta mexicanas, siglos XVI al XX. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Zapata Aguilar, Gerardo. (1996). Biblioteca del doctor Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, tercer obispo del Nuevo Reino de León. Fundador de la primera Biblioteca en Monterrey y de la primera librería en el noreste de México. En Bibliotecas antiguas de Nuevo León.  Monterrey, México: Universidad Autónoma de Nuevo León.


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.