BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

EL PARADIGMA PÚBLICO DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA - VII

Con todo, cabe recalcar: “Aunque el término biblioteca circulante se emplea a veces en las bibliotecas de suscripción, es conveniente aplicarlo únicamente a esa clase de biblioteca organizada con fines de lucro por los libreros”. (Gerard, 1980, p. 211).  La diferencia entre esos dos tipos de bibliotecas no reside solamente, entonces, en las características sociales del público lector que las usaba, sino también en las peculiaridades socioeconómicas de quienes las creaban y en los fines que perseguían sus dueños. Las «comercial lending libraries» o simplemente bibliotecas circulantes, en donde los activos de capital bibliográfico estuvieron básicamente en manos privadas y controlados por personas y/o empresas particulares, se fundaron y desarrollaron como actividad lucrativa, es decir, para obtener un beneficio neto que permitiera, a los propietarios que controlaban esos medios de producción intelectual, incrementar primordialmente su capital.

 

Así que los bienes y servicios de esas bibliotecas comerciales funcionaron, como hemos subrayado, mediante los mecanismos basados en el mercado. En el entorno del usufructo de la propiedad privada de esos espacios bibliotecarios observamos que la búsqueda de utilidad cultural, que pudo generarse a través de la práctica de la lectura, subyace principalmente en la peculiar búsqueda de beneficio monetario.  No obstante, se reconoce: “Al igual que la biblioteca propietaria, la biblioteca circulante fue una respuesta a la necesidad social en una época de creciente ocio” (Gerard, 1980, p. 211).  Pero la satisfacción de esa necesidad social estuvo supeditada o sujeta no sólo al tiempo libre de algunos lectores de las clases acomodadas principalmente, sino también a la necesidad económica que marcó el origen del capitalismo en Gran Bretaña. 

 

Consideremos asimismo que las familias de trabajadores tampoco tenían el suficiente poder adquisitivo para cubrir las tarifas de las bibliotecas que funcionaban con fines de lucro, mucho menos para la compra de libros. Pero hay puntos de vista contrastantes en relación con esos precedentes de la biblioteca pública, esto es, en torno a las bibliotecas circulantes o bibliotecas de préstamo comerciales que existieron en Europa durante los siglos XVIII y XIX. El sociólogo Lewis Coser, en el contexto inglés del siglo XVIII, asevera que:

 

El crecimiento de las bibliotecas circulantes contribuyó a la expansión de la literatura. En una época en que los precios de los libros eran muy altos en relación con el poder adquisitivo de la gran mayoría de la población, las bibliotecas circulantes fueron una invención social importante. Suministraron a los que habían adquirido el gusto por la lectura, el acceso a libros que de otra manera hubieran estado fuera de su alcance. Ayudaron a reducir el abismo entre el interés por la lectura y el poder adquisitivo. (1968, p. 59).

 

Las bibliotecas circulantes, así como lo hicieron en cierta manera las bibliotecas parroquiales durante el siglo XVII, ayudarían a favorecer la promoción del libro y la lectura. Pero recalquemos una diferencia importante entre unas y otras. Las de carácter parroquial brindaban el servicio al público de manera gratuita; el acceso público al libro a través de las circulantes o de préstamo comerciales tenía un costo módico, favoreciendo estas últimas principalmente a la pequeña burguesía, es decir, a las clases económicas medias bajas de los siglos XVIII y XIX. En este sentido, se sabe: “Las bibliotecas de préstamo [comerciales] constituían el correlato ideal del consumo lector extensivo que tan rápidamente se propagó entre las clases medias”. (Wittmann, 1998, p. 466). En virtud de las trabas impuestas por la división de clases sociales que impedían el acceso a las bibliotecas de titularidad privada de suscripción, las bibliotecas circulantes, con sus modos de préstamo comercial, se perfilaron como una alternativa de lectura pública para satisfacer el ansia de leer entre las clases medias hacia abajo. Desde una perspectiva de clase Lyons admite: “Los nuevos lectores, pues, del siglo XIX, incluían también a las clases medias y bajas, a los aprendices de artesanos, a los trabajadores de cuello duro que en todas partes pasaron a engrosar la clientela de las bibliotecas [comerciales] de préstamo” (1998, p. 500). Es decir, trabajadores que realizaban tareas semi-profesionales o profesionales de oficina.

 

Por esto, si bien ambos tipos de bibliotecas figuraron a su manera como «bibliotecas de préstamo» y, por ende, como suministradoras de libros entre el público lector, la biblioteca circulante como tal fue un organismo esencialmente empresarial que operó alejado de las motivaciones filantrópicas o comunales (Metzger, 1986, p. 228). No obstante, la cantidad de lectores comenzó a crecer paulatinamente, aunque con base, como hemos advertido, en la estratificación social, pues el público lector de libros y revistas en las bibliotecas de suscripción, creadas para las minorías selectas tradicionales, se concentraría principalmente en los estratos pertenecientes a las clases media alta hacia arriba, esto es, en las capas concernientes a la burguesía letrada que gozaba de formación académica. Aunque algunos lectores de las clases medias bajas y subalternas tuvieron también la oportunidad de leer, como hemos referido, mediante el servicio de las bibliotecas circulantes pues se sabe:

 

Dada la cuota relativamente modesta de suscripción - 15 o 20 chelines por año - daba al socio derecho a pedir prestados cualesquier libros o revistas disponibles – las bibliotecas atraían a los miembros de las clases medias y a los instruidos entre las clases bajas. Generalmente se especializaban en novelas y abastecían principalmente a un público femenino. Una aya o, con menos frecuencia, una sirviente doméstica, que no podía permitirse comprar libros, podía arreglárselas para pagar la suscripción. (Coser, 1968, p. 59).

 

Este punto de vista, coincide en cierto modo con lo que escribe Lyons: “Sin embargo, las mujeres de la clase trabajadora leían, según han sabido los historiadores que han recogido testimonios orales: leían revistas, ficción, recetas, muestrarios para labores” (1998, p. 486). Pero la práctica de la lectura, enmarcada no solamente por la división de clases sino también por los arraigados problemas de género, estuvo sometida por las actitudes prepotentes de los varones, esto es, por los prejuicios, las conductas y las creencias que promovían la negación de las féminas como sujetos sociales de la cultura lectora. En todo caso, la división sexista de la lectura de libros, revistas y periódicos durante aquellos siglos fue un antagonismo más derivado tanto por la tajante división de tipos de bibliotecas que existieron bajo el régimen de propiedad privada y de alquiler como por la sociedad machista constituida por aquellos grupos conservadores de la burguesía en general. Sociedad preocupada por proteger la costumbre, la tradición pero sobre todo ocupada por salvaguardar el orden social burgués, basado en la búsqueda constante de beneficio monetario. Sobre esto último, no hay que perder de vista la apreciación que asevera: “Dado que las bibliotecas circulantes eran en gran parte empresas comerciales, su éxito dependía de los libros que la gente pagaba, y a veces pagaba grandes cantidades para leer”. (Metzger, 1986, p. 229).

 

En virtud de que en ambos casos a los que refiere Gerard (1980, p.205), el servicio de biblioteca estuvo inmerso en la esfera de la propiedad privada, el Estado y su órgano ejecutor, el Gobierno, todavía no adquirían la potestad sobre el funcionamiento público de esos espacios de lectura. Aún habría de pasar varios años más para que el desarrollo de la biblioteca pública gratuita (free public library) fuese un factor de competencia que más tarde influiría en la clausura de las bibliotecas circulantes, pues algunas de titularidad privada de suscripción continuaron existiendo. Pero el mayor declive de las de carácter circulante se suscitó hasta el siglo XX cuando las bibliotecas públicas comenzaron a expandir sus servicios a través de bibliotecas sucursales y a dedicar más espacio en las estanterías a los libros de ficción popular: Esta situación supone que por varias décadas coexistieron en varias ciudades de Gran Bretaña las «bibliotecas de alquiler» con las primigenias bibliotecas públicas del siglo XIX. Naturalmente que la política  referente a la gratuidad de los servicios de las bibliotecas públicas para todos los grupos sociales fue también un factor decisivo en relación con la decadencia de aquellas bibliotecas de propiedad privada. En algunos casos, las colecciones de las bibliotecas de suscripción pasaron, conforme fueron cesando sus servicios no gratuitos, a formar parte de las nuevas bibliotecas públicas (Forster y Bell, 2006, p. 156).

 

No obstante, la percepción histórica ha considerado a la biblioteca de suscripción como una innovación del siglo XVIII, con libros de acceso abierto, catálogos impresos y procedimientos democráticos de selección de libros (Forster and Bell, 2006, p. 157). En tanto la biblioteca circulante ha sido apreciada como una fuerza generalizada en el suministro de libros y una importante fuerza en el desarrollo del uso de la biblioteca (Metzger, 1986, p. 228). Bibliotecas que, a medida que finalizaba el siglo XIX, sus propietarios buscaban modernizarlas con los nuevos avances de la tecnología, tales como  luz eléctrica, máquinas de escribir y teléfonos (Forster and Bell, 2006, p. 157). La generación de energía eléctrica contribuyó pronto al desarrollo de la industria eléctrica y al servicio público de alumbrado incandescente, iniciándose así una nueva época de iluminación al interior de aquellas bibliotecas que se perfilaban cada vez más para ceder, no sin cierta resistencia, el paso a lo público. 

 

Referencias

 

Coser, Lewis. (1968). Hombres de ideas: el punto de vista de un sociólogo. México: Fondo de Cultura Económica. 

 

Forster, Geoffrey; Bell, Alan. (2006). The subscription libraries and their members. En: Edited By Alistair Black and Peter Hoare. The Cambridge history of libraries in Britain and Ireland. Volume III 1850-2000. Cambridge: Cambridge University Press. pp. 147-168

 

Gerard, David E. (1980). Subscription libraries (Great Britain). En: Edited by Allen Kent. Encyclopedia of library and information science. Vol. 29. New York: Marcel Dekker. pp. 205-221   

 

Lyons, Martín. (1998). Los nuevos lectores del siglo XIX: mujeres, niños, obreros. En: Guglielmo Cavallo y Roger Chartier. Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus. pp. 473-517

 

Metzger, Philip A. (1986). A circulating in the Southwest: J. S. Penn in Austin, Texas. The Journal of Library History. 21 (1): 228-239

 

Wittmann, Reinghard. (1998) ¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVII? En: Guglielmo Cavallo y Roger Chartier. Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus. pp. 435-472

 


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.