BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

LA RESPONSABILIDAD DEMOCRÁTICA DEL PERSONAL BIBLIOTECARIO

En las coordenadas sociales, políticas, culturales e históricas del mundo moderno, en las que se imponen la lógica y la razón, la reflexión sobre el papel de las bibliotecas en el marco de la democracia es de larga data. De tal modo que la literatura especializada en torno a esta temática comenzó a cultivarse con particular énfasis desde la primera mitad del siglo XX, y en el siglo que transcurre continúa in crescendo. Con base en este conocimiento es viable pensar en la responsabilidad democrática del personal bibliotecario. Este cometido, como es posible vislumbrar, se deriva de las responsabilidades antes expuestas (la social, política, cívica y ciudadana). Tratar acerca del debido funcionamiento de las instituciones bibliotecarias en la esfera de la democracia, implica complementar los puntos de vista en donde se entretejen diversos aspectos que se relacionan con: las personas, los grupos sociales, la comunidad, la sociedad, el gobierno y el Estado. El ideario sobre el que se puede construir la responsabilidad democrática del personal que hace funcionar los centros bibliotecarios públicos es claramente elocuente. Algunos aforismos orientadores se presentan a continuación de manera cronológica.

La biblioteca es una fuerza democrática y social (Graham, 1936: 987); el papel esencial de la biblioteca pública es cardinal en nuestro sistema democrático (Johnson, 1938: 68); las bibliotecas son una necesidad para la democracia (Grattan, 1938: 6); el proceso de la democracia es trabajo para la biblioteca pública (Farquhar, 1941: 24); las bibliotecas públicas son arsenales de la cultura democrática (Ditzion, 1947: 74); la biblioteca pública es un resultado de la democracia moderna, es una institución democrática, operada por el pueblo y para el pueblo (Unesco, 1949); la biblioteca pública es uno de los símbolos más significativos de una sociedad democrática (Rose, 1954: 8); la biblioteca pública sirve a la democracia (Maurois, 1961: 13); la biblioteca pública es una institución democrática de enseñanza, de cultura y de información (Unesco, 1972); el surgimiento de la democracia significó que las bibliotecas ya no podían ser reservadas para una elite (Thompson, 1977: 36); la biblioteca es la institución democrática que apoya el derecho al conocimiento de todos los ciudadanos (Nieegaard, 1994:104); la biblioteca pública fue creada para apoyar y reforzar los ideales democráticos de la sociedad (Hafner; Sterling-Folker, 1993: 10); las bibliotecas son la clave para una democracia educada (Worpole, 1995: 107); las bibliotecas sirven a la democracia, no menos cuando son ejemplos vivientes de la democracia en acción (Gorman, 2000: 159); la biblioteca se ha convertido en una fuerza para la democracia (Tyckoson, 2000: 41); las bibliotecas son el pilar de la democracia (Kranich, 2001: 83); las bibliotecas públicas tienen un importante papel en el desarrollo y mantenimiento de una sociedad democrática (Verma, 2005: 96); las bibliotecas son un componente esencial del resurgimiento mundial de la democracia (Sridevi y Vyas, 2005: 63); la función más importante de la biblioteca pública es promover y sostener los conocimientos y los valores necesarios para una civilización democrática (D’Angelo, 2006: 1); las bibliotecas han llegado a reflejar diferentes tipos de ideales democráticos (Hansson, 2010: 8); las bibliotecas públicas son un componente clave para el proceso democrático en una sociedad abierta (McCook, 2011: 332); las bibliotecas públicas son esencialmente instituciones democráticas (Feather, 2011: 74); la función social de las bibliotecas públicas es apoyar los valores fundamentales de la democracia constitucional: la libertad y la igualdad (Savenije, 2011: 204). Con base en estos axiomas podemos aseverar que las bibliotecas, en general, y las bibliotecas públicas, en particular, son o pueden ser instituciones reproductoras de la democracia. Son organismos que ayudan a cultivar y a ejercer el juicio y la razón. Al colaborar en la racionalización del juicio de la praxis, las bibliotecas pueden seguir provocando cambios emblemáticos a nivel mundial.

Para el pensamiento bibliotecológico latinoamericano no ha pasado inadvertido el tema entre las bibliotecas y la democracia. Pero este discurso teórico no ha sido tan profuso, pues apenas comenzó a gestarse a partir del presente siglo. He aquí algunas ideas: La biblioteca pública sigue siendo en esencia una institución democrática (Jaramillo y Montoya, 2000: 30); el poder de las bibliotecas es más significativo y positivo en el Estado democrático (Meneses, 2007: 399); la biblioteca pública es una institución estratégica para la democracia (Betancur, 2007: 53); en las democracias de hoy en día no se conciben ciudades y pueblos sin bibliotecas (Meneses, 2007: 404); la biblioteca pública es un mecanismo que garantiza la democratización del acceso a la información y al conocimiento (Puente, 2013: 99); las bibliotecas públicas juegan un papel estratégico en la consolidación de la democracia y su institucionalización (Puente, 2013: 110); la biblioteca ha sido vista como contribuyente de la democracia (Bornacelly, Quintero y Cuartas, 2014: 15) la biblioteca pública es un espacio democrático para la construcción de ciudadanía (Ramos, 2016: 89).

Esas y otras ideas afines nos podrían ayudar a configurar los cimientos de una «filosofía democrática de la biblioteconomía», esto es, una filosofía social y política que oriente el quehacer bibliotecario para así estimular la práctica profesional en la contextura de carácter público que exige reflexión y ejercicio de valores democráticos; que plantea la necesidad de enfrentar el reto de la brecha social. El asunto sobre esa filosofía se sugirió desde hace mucho tiempo (Kolitsch, 1945: 25) pero en América Latina continúa siendo una asignatura pendiente. Necesitamos, por ende, construir en nuestra región una filosofía que nos permita apreciar con claridad la relevancia y pertinencia de crear espacios y servicios bibliotecarios en democracia, para la democracia y por la democracia, mismos que posibiliten reconocer los desafíos que hoy en día representa la serie de lacras sociales, tales como: la desigualdad, la exclusión, el racismo, la homofobia, la xenofobia, la misoginia, la intolerancia, la violencia, la corrupción y la marginación que afligen y lastiman a las personas, a los grupos y a las comunidades. Basta leer las noticias cotidianas que se publican en los periódicos para enterarse de los ataques que sufre la democracia en nuestro continente y en otras latitudes. La degradación de la democracia se relaciona, como se puede observar, con la degradación social que padecen las sociedades y los Estados. Desde esta perspectiva, la filosofía democrática de la biblioteconomía podría ser una posibilidad política reflexiva para generar sensibilidad entre el personal bibliotecario sobre su cometido práctico profesional y su relación con la democracia. Filosofía que pudiese intervenir como atenuante y remedio social, político y cultural frente a situaciones ominosas. La relación entre «biblioteconomía, filosofía y democracia» se advierte cuando se lee:

La filosofía de la biblioteconomía debe llegar a través del análisis de la filosofía de la democracia y descubriendo cómo la biblioteconomía puede ayudar en la realización de los ideales de la democracia. La forma democrática de vida no se puede alcanzar excepto en la medida en que los individuos y los grupos dentro de la sociedad logren y ayuden a otros a lograr sus ideales individuales y sociales. La biblioteconomía es sólo una de las fuerzas sociales que pueden y deben encontrar su propia justificación, objetivos e ideales en un entendimiento y práctica de la verdadera democracia (Kolitsch, 1945: 31).

En efecto, la relevancia de esta responsabilidad gira en torno, de lo particular a lo general, a los acoplamientos teóricos que han sido tratados entre «bibliotecas y democracia», «biblioteconomía y democracia» y «bibliotecología y democracia». Estos enfoques proceden principalmente del siglo XX y se han concentrado, con peculiar preponderancia, en el plano de las bibliotecas públicas. Esta tradición se fundamenta tanto en “la función democrática de las bibliotecas públicas” (Kelley, 1934: 6) como en la aseveración: “Las bibliotecas públicas gratuitas son las bibliotecas más democráticas que se han ideado. Están diseñadas para servir a las masas de ciudadanos” (Grattan, 1938: 7). Empero, a estas alturas del siglo XXI, el personal que labora en todos los tipos de bibliotecas debe sentirse convocado a ser partícipe en el marco profesional que entraña compromiso con la democracia. El personal bibliotecario debe apreciar y practicar la democracia en relación con tres aristas, esto es, como: 1] forma de vida, 2] forma de gobierno y 3] forma de Estado. Esto porque las “bibliotecas generales ayudan a crear el elemento esencial que requiere la democracia como forma de vida, de gobierno y de Estado: una ciudadanía educada e informada, es decir, una comunidad ilustrada” (Meneses, 2013: 169). Esto no es nuevo, pues las dos primeras maneras fueron consideradas hace mucho tiempo al reflexionar sobre la vinculación del bibliotecario con el proceso político (MacLeish, 1940: 387). En todo caso, el funcionamiento de las bibliotecas en la esfera de la democracia es un contexto que se debe caracterizar y apreciar por la práctica de los valores que permean las actividades, los proyectos y las funciones del personal bibliotecario.

La democracia como forma de vida se entiende cuando se dice: “La biblioteca pública es el producto de la democracia política y la creencia de que la auto-educación, basada en el libre flujo de la información a través de los libros, es una característica esencial de la forma de vida democrática” (Rath & Rath, 1993: 14). Pero no solamente este tipo de centro bibliotecario permite forjar esta manera de existencia. Es tiempo ya que advirtamos que las bibliotecas escolares, las universitarias, las especializadas y las nacionales también pueden y deben contribuir para originar este modo político y social de coexistencia. Con base en esta generalidad podemos concordar con esta afirmación: “Aunque la historia nos dice que puedes tener bibliotecas sin democracia y democracia sin bibliotecas, yo diría que para tener una verdadera democracia liberal, debes tener bibliotecas” (Lankes, 2016: 111). En este sentido, el personal que hace funcionar el servicio de biblioteca tiene que contribuir para brindar al pueblo las colecciones y los recursos indispensables con la finalidad de contribuir en la construcción de una democracia no solamente más viable sino también más fuerte. Admitamos entonces que el trabajo que lleva a cabo el personal bibliotecario debe ser partidario y promotor de la libertad, tanto individual como colectiva porque la biblioteca pública “desde la óptica de la ciencia política, puede observarse como un servicio público que permite la libertad y la igualdad de acceso a la información para ayudar a construir una sociedad democrática” (Meneses, 2013: 165). Asimismo porque:

Las bibliotecas aseguran la libertad de expresión, la libertad de lectura, la libertad de opinión. Una institución verdaderamente democrática, las bibliotecas son para todos, en todas partes - nadie debe ser excluido. Proporcionan espacios seguros para el diálogo público. Proporcionan los recursos necesarios para que el público se informe para participar en todos los aspectos de nuestra sociedad de la información (Kranich, 2001: 84).

La estrecha vinculación entre la responsabilidad ciudadana y la responsabilidad democrática del personal bibliotecario se percibe cuando pensamos sobre el interés que se tiene por las bibliotecas en las esferas de la vida democrático-ciudadana. A pregunta expresa: “¿Por qué las bibliotecas son tan importantes para una democracia liberal? La respuesta breve es que una verdadera democracia requiere la participación de una ciudadanía informada. La misión central de las bibliotecas, públicas y privadas, es crear una nación de ciudadanos informados y activos” (Lankes, 2016: 111). Esto concuerda con el punto de vista que desde el siglo pasado afirmaba que los demócratas han deseado contar con una población informada para que así se produzca una participación política más amplia (Ditzion, 1947: 193). Pero la democracia no solamente demanda de comunidades de ciudadanos informados para una mayor participación, también requiere formar a la futura ciudadanía en el marco de los principios y los valores inherentes a la democracia, esto es, a la niñez y a la juventud que aún por la edad no alcanzan el estatus político ciudadano. La responsabilidad de actuar conforme a perfiles democráticos, para atender a la población conformada por niños y jóvenes, corresponde al personal bibliotecario que labora en los diversos sistemas de bibliotecas públicas y escolares, sin menos cabo de las bibliotecas comunitarias y populares que crea y desarrolla colectivos no gubernamentales. En esta contextura cobra fuerza y vigencia la idea: “la biblioteconomía es un método para promover la democracia social” (Kolitsch,, 1945: 31), la cual se instituye como alternativa y característica de la sociedad civil frente a la democracia política que se erige como sistema de gobierno y Estado. En este sentido también la biblioteconomía es una disciplina para impulsar la democracia política porque las condiciones de ésta (Estado de derecho, división de poderes públicos, sufragio universal, campañas electorales, actos de gobierno, etcétera) exige contar con sistemas de bibliotecas gubernamentales (presidenciales, legislativas o parlamentarias, jurídicas y/o judiciales). Desde esta arista, “las bibliotecas deben estar al servicio de la estructura que configura la anatomía de un Estado democrático” (Meneses, 2007: 410).

El pensamiento que gira en torno al trabajo que entraña construcción de ciudadanía, como una gran responsabilidad en el contexto de la relación que existe entre «bibliotecas y democracia», infiere, desde hace más de setenta años, que la primera tarea a superar es la indiferencia que implica estimular el interés por esta forma política de vida; la segunda tarea es perfilar el servicio de biblioteca para generar una sociedad democrática educada (Farquhar, 1941: 7, 24). Puntos de vista que, pese al tiempo transcurrido a partir de cuando fueron publicados, siguen vigentes aún para el gremio bibliotecario latinoamericano y de otras latitudes. Si es que el desafío que implica superar la apatía por la política en general y por la democracia en particular en el entorno del quehacer bibliotecario, exige pensar en la formación político-democrática que hace falta incluir en las escuelas de bibliotecología, biblioteconomía y ciencias de la información, como un componente concreto en la formación política del personal bibliotecario profesional (Spudeit, Moraes, Correa, 2016). Vivimos en un mundo político y en Estados democráticos, por lo tanto es hora de preparar en esos centros educativos a las futuras generaciones para tal efecto (Jaeger y Sarin, 2016), para que asuman así una recia y congruente responsabilidad democrática. Así, una de las ideas fundamentales para justificar la formación, con perspectiva política, de este personal profesional es: las bibliotecas son instituciones democráticas para el beneficio y disfrute de todos.

La responsabilidad democrática del personal bibliotecario público se puede orientar también mediante la famosa cita de Abraham Lincoln que define tradicionalmente la democracia como forma de gobierno: “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Célebre idea que ha sido considerada parte integrante en el plano funcional de las bibliotecas públicas (Rahman, 1996: 96; Tyckoson, 2000: 40) y que podría, por ejemplo, reafirmar hoy en día la misión de la biblioteca pública en una democracia para ayudar a que el pueblo ilustrado tome el control, así como para atender al pueblo necesitado de información en circunstancias severamente adversas, pues ambas categorías constituyen imperativos sociales incuestionables para las instituciones públicas (Bundy, 1980: 7), entre ellas las bibliotecas. Por lo tanto, si la construcción de una ciudadanía ilustrada e informada es uno de los objetivos sustanciales de estas instituciones en las esferas de la democracia, entonces la responsabilidad democrática del personal bibliotecario debería medirse con base en cuántos usuarios y lectores han sido ayudados, mediante el servicio de biblioteca, a ser mejores ciudadanos; y con base en cuántas personas y cuáles grupos han sido auxiliados para afrontar y superar su vulnerabilidad social.

 

Referencias

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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.