BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

EL PARADIGMA PÚBLICO DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA - XXVII

Este análisis de la célebre Biblioteca Palafoxiana ilustra, como hemos estado observando, la naturaleza de un régimen que no tuvo la mirada clara en torno al verdadero significado de lo público en materia de servicio de biblioteca. La fascinación que ejerció la religión en esos tiempos de la colonia, hizo temer la práctica de la lectura pública, puesto que ésta podía minar el orden social-político-moral establecido y custodiado celosamente por el clero. Los libros con mensajes corrosivos y perniciosos, a juicio del Tribunal de la Santa Inquisición de México, podían incitar a la duda, al desarrollo crítico del juicio y al debilitamiento de la fe. Por tanto, ese servicio bibliotecario no fue guiado por el bien público sino por el interés particular de la clerecía ilustrada para procurar el mantenimiento del status quo. Así, esa Biblioteca no fue ni pudo ser, en el desempeño de sus funciones, un asunto de Estado ya que no ejerció la cualidad de servicio público para todos; no dominó la condición del bien político idóneo a un régimen democrático simplemente porque esta forma de gobierno no existió durante los tres siglos de yugo colonial.        

 

Denuncias como la del docente Ximénez debieron alarmar sobremanera a la Inquisición a tal punto de seguir una serie de diligencias para combatir, en el escenario de las grandes y pequeñas bibliotecas, la laxitud referente a los libros vedados. No todos los procedimientos se realizaban al pie de la letra, por lo que no siempre resultaron eficaces, principalmente en torno a los grandes fondos documentales, como fue el caso de la  Biblioteca Palafoxiana ante la acusación de Ximénez, pues los comisarios a ver la magnitud de la misma parece que no realizaron el debido expurgo (Osorio, 1988, p. 66).

 

En general, las maniobras de ese órgano inquisitorial consistieron en: 1] llamar al sujeto acusador para que detallara su imputación, 2] exigir a la biblioteca delatada que mostrara los debidos permisos inquisitoriales para poseer libros sospechosos o prohibidos, ya fuesen in totum o solamente expurgados; 3] hacer cumplir los ordenamientos para mantener los libros proscritos en estantería separada, misma que estuviese siempre cerrada con llave,  4] que el personal bibliotecario solamente prestara en sala esos libros a los lectores con la necesaria autorización de la Inquisición y cuidara volver a guardarlos con sumo celo; 5] que las obras consideradas muy peligrosas no se prestaran ni a aquellos lectores con licencia para leer libros condenados; 6] permitir el acceso a los comisarios del Santo Oficio para que procedieran a expurgar las colecciones; y 7] cumplir la orden de colocar a la entrada del centro bibliotecario el edicto correspondiente, en el que se instruía a las comunidades sobre las reglas que debían observar en el desarrollo y consulta de los acervos respecto a determinadas obras.

 

Si es que la autoridad bibliotecaria en turno de la Palafoxiana debió conocer el acervo en tres diferentes niveles de censura inquisitorial para poderla aplicar con cierta severidad: 1] obras prohibidas absolutamente (in totum) aun para quienes tenían licencia de leerlas, 2] obras prohibidas en todo pero con licencia inquisitorial para algunos lectores y 3] obras expurgadas en algunas de sus partes. En esta circunstancia, se sabe que

 

[…] el obispo [Campillo] aclaró que el citar a autores prohibidos era una práctica utilizada por “escritores sabios y piadosos” como Calmet, Baronio y muchos más. En su opinión, los libros no se prohibían “porque todo en ellos sea malo”; algunos tenían algunas partes útiles y buenas, por esa razón se permitía su lectura a los individuos que gozaran de licencia para leerlos, quienes debían de “separar lo vil de lo precioso” (Gómez y Téllez, 1997, p. 24).

 

Con base en lo expuesto, no coincidimos con la mirada tradicional que considera a la Biblioteca Palafoxiana como una biblioteca pública, sino con quien asevera que entre los siglos XVI y XVII “En México no existieron bibliotecas públicas que permitieran a la gente común consultar y leer un libro. La primera de ellas  apareció a principios del siglo XIX. Tampoco existen claras evidencias de la existencia de “gabinetes de lectura”. ¿A qué centro bibliotecario público se refiere Cristina Gómez, historiadora  de algunas  bibliotecas particulares obispales en la sociedad colonial? A pie de página asienta que “Se trata de la biblioteca de la Catedral Metropolitana cuya apertura se acordó en agosto de 1804” (Gómez, 2004, p. 32), es decir, durante las postrimerías del periodo colonial y los albores del decimonónico. Aunque la Biblioteca de la Catedral Metropolitana de la ciudad de México, conocida también como Biblioteca Turriana, nombre dado en honor a sus fundadores eclesiásticos panameños de apellido Torres, podría también cuestionarse en relación con su carácter  público por la pretensión de ofrecer el servicio de sus acervos, predominantemente religiosos, a la consulta pública para la sociedad letrada que poblaba entonces la ciudad de México.

 

En el México virreinal, la relación entre la biblioteca y el público sería, como se ha venido argumentando, una quimera. La función de la Biblioteca Palafoxiana fue entonces apoyar la función religiosa que debía desempeñar la institución de educación sacerdotal a la que perteneció. En este sentido, fue un medio intelectual tanto de formación y elevación de la conciencia religiosa como un espacio bibliográfico de fomento y difusión del culto católico. El reconocimiento histórico-social de esa Biblioteca ha sido y es su valor como instrumento de educación en la esfera dominante de la Iglesia, en una época en que eran contadas las personas que tenían el privilegio de saber leer y escribir. Desde esta arista, la función educativa de la Palafoxiana estuvo sujeta al contenido ideológico que le imprimió el alto clero, quien desde su fundación fijó su «utilidad religiosa». Característica muy alejada de la mentalidad republicana que infiere la «utilidad pública» propiamente dicha como política básica de todo «servicio público» gestionado por el Estado. Así que aquella Biblioteca, instaurada con importantes fondos de bibliotecas obispales, se desenvolvió para elevar al individuo conforme a los ideales de una pequeña pero muy influyente comunidad.

 

Como quiera, la cultura literaria o acopio de libros que tanto enorgullecieron a [Eguiara y] Eguren y a [José Mariano] Beristáin [y Souza] no bajó de la cumbre social en ninguno de los tres siglos coloniales. La gran mayoría de la población fue siempre analfabeta. La siembra de ideas y sentimientos en lo grupos medios y bajos se hacía mediante los sermones proferidos en los púlpitos de las iglesias, con la representación de dramas y pastorelas y al través de las esculturas en retablos y fachadas de los edificios destinados al culto religioso. Los libros [y las bibliotecas] que custodiaban los clérigos y que sólo leían los pocos sabios que en aquel mundo eran, nunca fueron patrimonio y menos instrumento de consumo de las mayorías. Éstas, al contrario de lo que se daba en los países protestantes, se mantenían de habladas y oídas; es decir, en la etapa oral. (González, 1993, p. 288).   

 

De modo que en tiempos de la colonia fue inexistente la naturaleza público-social de esa institución bibliotecaria al quedar limitada su capacidad de atender a una comunidad letrada en el saber teológico; interesada, por ende, en fuentes de conocimiento doctrinal inherentes al catolicismo. El carácter de las relaciones entre la biblioteca y el lector, en la esfera de aquella biblioteca clerical, giró en torno a la necesidad de satisfacer el estudio y análisis de la teología escolástica barroca (coordinación entre la fe y la razón, y con clara subordinación de la razón a la fe) y más tarde de la teología ilustrada (purificada del fasto barroco). Desde este ángulo, la Biblioteca Palafoxiana fue puesta al servicio de quienes aspiraban a conseguir poder y preeminencia eclesiástica (mentalidad escolástica), o para lograr reformas con base en fundamentos teóricos que ayudasen a pensar de manera más avanzada (mentalidad ilustrada). Biblioteca, en todo caso, al servicio principalmente de una comunidad de lectores formados, doctos y sabios en teología.

 

No obstante, el uso individual del libro, la práctica elitista de la lectura y, en consecuencia, el funcionamiento tradicional de las bibliotecas, como la Palafoxiana, fueron coyunturas culturales que pudieron motivar la circulación de los libros, a pesar de los mecanismos restrictivos impuestos por la Inquisición.  

 

Referencias

 

Goméz Álvarez, Cristina. (2004). Libros, circulación y lecciones de lo religioso a lo civil (1750-1819). En: Cristina Goméz Álvarez y Migual Soto. Transición y cultura política: de la colonia al México independiente. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. p. 15-42 

 

Gómez Álvarez, Cristina; Téllez Guerrero, Francisco. (1997). Un hombre de Estado y sus libros: el obispo Campillo 1740-1813.  Puebla, México: Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

 

Gónzalez, Luis. (1993). El libro en la vida cultural de México. En Enrique Florescano (compilador). El patrimonio cultural de México. México: Fondo de Cultura Económica. p. 285-301

 

Osorio Romero, Ignacio. (1988). Historia de las bibliotecas en Puebla. México: SEP, Dirección General de Bibliotecas.

 


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.