BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

EL PARADIGMA PÚBLICO DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA - VI

Tanto la práctica de la lectura como el usufructo de las bibliotecas durante los siglos XVIII y XIX no estuvieron al margen de la división social del trabajo, por ende, ambos procesos culturales tampoco se mantuvieron extraños a la estructura social caracterizada por una marcada división social de clases. Observamos que el clasismo estructural engendrado por el capitalismo, logró estratificar socialmente a las comunidades lectoras que acudían a usar los entonces servicios bibliotecarios semipúblicos. Así, a las bibliotecas formadas por algunas sociedades literarias “sin ánimo de lucro”, acudían los “lectores serios” para educarse e informarse; mientras que en las bibliotecas de préstamo comerciales iban los “lectores ociosos” solo para pasar el tiempo. Las bibliotecas de suscripción para las clases altas fueron esferas que propiciaron la cultura lectora burguesa. Las bibliotecas circulantes para las clases medias y bajas serían espacios para favorecer la cultura lectora popular.

 

De modo que a la lectura enciclopédica, encaminada a proporcionar información y ligada con las bibliotecas de suscripción, se contraponía la lectura escapista, encauzada esta última a facilitar solamente entretenimiento y vinculada comúnmente con la literatura estimada como de poco valor que estaba a disposición comercial en las bibliotecas circulantes. La lectura “culta”, practicada por las élites intelectuales pertenecientes a las clases ricas, contrastó con la lectura “amena”, ejercitada por las clases de menos recursos. Entornos lectores orgánicamente ligados a la estructura social capitalista dentro de contextos que históricamente proyectarían esquemas o modelos asimétricos de poder. 

 

La cultura protopública bibliotecaria de esos tiempos estuvo, según observamos el fenómeno desde puntos de vista socio-históricos, al servicio de la organización de clase de la sociedad. Esta cultura constituyó así un mecanismo básico más para ejercer la opresión de clase. La cultura institucionalizada de los impresos (libros, revistas y periódicos)  en su esencia real funcionó claramente en el marco de una sociedad de clases para favorecer la cultura capitalista confeccionada por el poder económico de la burguesía. La naturaleza de clases de la sociedad está expresada a través de aquellos servicios de biblioteca en una forma especialmente humillante puesto que ellos reflejaban las privilegiadas posiciones de algunos y la pobreza de otros, es decir, proyectaban mejores oportunidades para las clases dominantes que para las clases dominadas.

 

La opinión manifiesta por los ideólogos de las clases acaudaladas en torno a la lectura afirmaba que las clases populares leían poco o nada puesto que éstas únicamente se procuraban libros de entretenimiento. Libros que conducían a las familias de la clase trabajadora a vicios que contravenían, desde luego, las relaciones económicas de trabajo en que comenzó a basarse por igual la existencia de la burguesía y su dominación de clase. El menosprecio y el temor por los libros que las bibliotecas circulantes alquilaban a los miembros de las clases económicamente inferiores es clara evidencia del conservadurismo burgués de la época. La disparidad en relación con la reputación entre las bibliotecas circulantes y las bibliotecas societarias de suscripción estuvo supeditada, como hemos venido dando a entender, tanto por la naturaleza de sus colecciones como por las características de clase de la comunidad lectora que acudía a esos servicios cuasi públicos de biblioteca. Al respecto se aprecia que

 

Las mismas voces que se alzaban contra la perniciosa manía lectora se ocuparon también de las bibliotecas de préstamo [comerciales] como principales semilleros de tal vicio. Los tachaban de “expendedores de veneno moral y burdeles” que servían su “arsénico del espíritu” a jóvenes y viejos, a ricos y pobres. Esas bibliotecas de préstamo, que poseían fondos mayoritariamente compuestos por literatura amena, que incluía, junto a las historias de caballeros, bandoleros y fantasmas, las novelas sentimentales y sensibleras y sagas familiares, se tachaban a menudo despectivamente de “establecimientos infectos”. Con frecuencia poseían fondos anticuados y el número de volúmenes podía oscilar entre un par de decenas de títulos o más de mil. […].

Pero a este tipo tan denostado de biblioteca se opone en la época más temprana de la institución otra que seguía el modelo de las sociedades literarias, con las que competía y de las que, en ocasiones, emanaba. Los fondos de las tales “gabinetes de lectura” o “museos” delatan un nivel casi enciclopédico. Toda la amplitud del mercado del libro contemporáneo se representaba allí, desde las publicaciones científicas especializadas hasta las obras de los poetas, pero también obras de lenguas extranjeras. Además un círculo de lectura de periódicos adscrito a la biblioteca solía ofrecer publicaciones periódicas nacionales y extranjeras. (Wittmann, 1998, p. 467).    

 

El tiempo libre en un mundo claro de división social en clases ha sido también un factor determinante para lograr el disfrute de los acervos y servicios de las bibliotecas a disposición limitada del público, por ende, para alcanzar un mayor acceso a los libros, entre otros tipos de impresos. En el contexto temporal que nos ocupa (Gran Bretaña, siglos XVIII y XIX), las clases acumuladoras del poder económico disponían de bastante tiempo libre, como fue el caso de las esposas e hijas de la burguesía. Entre ésta las de los acaudalados comerciantes, dueños algunos de ellos de bibliotecas circulantes; de libreros que se ocuparon del servicio bibliotecario como negocio. Mientras que las clases trabajadoras, carentes de bienestar monetario y sometidas a la venta de su fuerza de trabajo, no contaban con el tiempo a su favor porque: “Con una carga laboral semanal que se extendía desde la salida del sol hasta la noche, seis días a la semana, no podía haber ni tiempo ni motivación para la lectura” (Wittmann, 1998, p. 445). Aunque con el paso de los años se reconoce que “la reducción de la jornada laboral propició más tiempo para la lectura […]. Incluso las clases obreras podían unirse a las filas del nuevo público lector” (Lyons, 1998, p. 476). Es cierto que con los avances de la industrialización el horario de trabajo comenzó a disminuir y el tiempo destinado a la lectura a incrementarse entre las clases trabajadoras, pero esta conquista gremial no fue ni ha sido genérica ni habitual. Al respecto cabe apreciar el siguiente antecedente:

 

La reducción gradual de la jornada laboral incrementó las posibilidades de leer de las clases obreras. En Inglaterra, a comienzos de siglo XIX la jornada de 14 horas era algo normal, pero hacia 1847 el sector textil ya había reducido 10 horas diarias. En la década de 1870, los artesanos londinenses solían trabajar una media de 54 horas semanales. (Lyons, 1998, p. 503).

 

Empero, no podemos dejar de pensar en otras limitantes concernientes a la relación «bibliotecas, lecturas y obreros», tales como la malnutrición, la falta de energía y el precario estado de salud de los trabajadores y de sus familias. En efecto, tengamos en cuenta también el esfuerzo que se requiere y los riesgos que existen para realizar determinados trabajos manuales, pues como expresara el pensamiento marxista, entre los operarios “el trabajo fabril es muy fatigoso y hasta produce enfermedades especiales” (Marx y Engels, 1989, p. 25). Con base en esta realidad, la posición social en el sistema capitalista ha obstaculizado el nexo «ocio y lectura» entre las clases obreras. Desde entonces la escasez de tiempo libre, la malnutrición, la fatiga y la enfermedad, factores derivados de la explotación laboral puesta en práctica para sostener el orden burgués, han limitado tanto el acceso a lectura como el uso de las bibliotecas a las familias de las clases populares.

 

La separación entre el trabajo intelectual  y el trabajo manual, base de la división de la sociedad en clases, también ha sido en el mundo capitalista un factor determinante para dividir necesidades y gustos concernientes a la lectura; para dosificar muy bien el acceso al saber; así como para fraccionar la creación y el uso de los centros bibliotecarios en la estructura social del Estado. Las bibliotecas societarias de suscripción, en concordancia con el nivel de sus acervos y el origen social y situación económica de sus lectores eran, recalquemos, espacios habituales para la clase intelectual al servicio de los grupos burgueses dominantes, propietarios de los medios de producción; para los representantes, talentos y portavoces ideológicos de la alta burguesía, tales como militares, juristas, abogados, médicos, profesores, clérigos, literatos, etcétera. Mientras que las bibliotecas circulantes comerciales, también con base en el ámbito de sus colecciones y lectores, fueron sitios que formaban parte del mercado librero a disposición de las clases medias y urbanas inferiores, comúnmente excluidas de los círculos especializados de los intelectuales tradicionales. En las primeras, para las cumbres de la sociedad burguesa, predominaban las obras teóricas e instructivas; en las segundas, para la distracción de la sociedad popular, abundaban las “novelas baratas”. En efecto, una de las características de las bibliotecas circulantes de tipo comercial eran sus abundantes colecciones de novelas populares que se editaban en Londres (Cole, 1974a, p. 113)  para ser distribuidas en el amplio mercado bibliotecario que existía en el Reino Unido, entidad política que abarcaba desde entonces Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda. Naciones donde la cultura bibliotecaria comercial tuvo especial auge a partir del siglo XVIII (Kaufman, 1963). Cultura complementada por el importante desarrollo de la cultura inherente a las bibliotecas  privadas, formadas por los intelectuales al servicio de la clase dominante de la época (Cole, 1974b, p. 234).  

 

Ciertamente el régimen de pago para poder leer los libros de las bibliotecas cuasi públicas aludidas fue un obstáculo que engendró el sistema social de división de clases en el modo de  producción capitalista. Sistema asociado con la división social del trabajo y con la administración de la propiedad privada de los medios materiales e intelectuales de producción. Esas bibliotecas mostraron así el escenario desigual de vivir la práctica de lectura entre  las clases sociales. La ventaja que tuvieron las clases opulentas para formar, desarrollar y utilizar las bibliotecas societarias y circulantes contrastó con la falta de recursos y oportunidades de las clases desposeídas tan solo para hacer uso de ambos tipos de bibliotecas. Esos espacios, comúnmente bajo el control de la burguesía letrada, forman parte tanto de la historia de lo privado a lo público en materia de servicios de biblioteca regulados a través de tarifas como de la historia referente al dominio de las clases poseedoras respecto a los recursos bibliográficos de educación, información y recreación.   

 

 

Referencias

 

Cole, Richard C. (1974a). Community lending libraries in Eighteen-Century Ireland. The Library Quarterly. 44 (2): 111-123

 

Cole, Richard C. (1974b). Private libraries in Eighteenth-Century Ireland. The Library Quarterly. 44 (3): 231-247

 

Kaufman, Paul. (1963). Community lending libraries in Eighteenth-century Ireland and Wales. The Library Quarterly. 33 (4): 299-312

 

Lyons, Martín. (1998). Los nuevos lectores del siglo XIX: mujeres, niños, obreros. En: Guglielmo Cavallo y Roger Chartier. Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus. pp. 473-517

 

Marx, K.; Engels, F. (1989). La sagrada familia o crítica de la crítica contra Bruno Bauer y consortes. Barcelona: L’Eina Editorial.

 

Wittmann, Reinghard. (1998) ¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVII? En: Guglielmo Cavallo y Roger Chertier. Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus. pp. 435-472


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.