BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

DOCUMENTACIÓN INDÍGENA PREHISPÁNICA, EDUCACIÓN Y ESTADO III

Podemos aseverar que el conocimiento en torno de la educación prehispánica radica en que nos acerca al legado cultural del mundo indígena que se distinguió en esas coordenadas de tiempo-espacio; nos aproxima al conocimiento de los libros autóctonos, a la apreciación de aquellos libros admirados y codiciados por su antigüedad y valor histórico. Documentos clave que siguen orientando a historiadores, antropólogos, arqueólogos y otros especialistas para seguir examinando el desarrollo político, social, ideológico de las culturas que florecieron en Mesoamérica. Desde esta perspectiva, el proceso de educación se refleja en ese contexto histórico como un acto indispensable para alcanzar cada vez más un gran progreso cultural. De tal suerte que, según las obras de los autores que hemos venido citando, los documentos manuscritos, elaborados por los escribas de aquel tiempo, facilitaron tanto los avances de las escuelas nativas como la administración de un Estado complejo, foco civilizatorio de la humanidad.  

 

Aquellos centros educativos prehispánicos fueron manifestaciones para moldear el espíritu, pues en ellos se enseñaba y aprendía a observar y respetar el mundo natural, así como a contemplar y honrar las creaciones humanas, tales como los pensamientos acumulados y compartidos en sociedad. Con la educación, el hombre prehispánico creó espacios que le permitieron forjar identidad y edificar inteligencia que le ayudaran no solamente a dirigir, ordenar, controlar y someter, sino también a practicar la noción de servicio del individuo a los intereses supremos de la colectividad. En suma, las escuelas en el universo azteca, por ejemplo, estuvieron asociadas, según se percibe a través de la estratificación social existente en esa civilización, al poder político del Estado.    

 

Todo el ámbito de las escuelas en el México-Tenochtitlan estuvo referido a la imagen de la grandeza humana, pues hay indicios que la enseñanza que se recibía allí estaba asociada con los momentos de esplendor del imperio azteca. La escuela-libro en el contexto mexica fue entonces un nexo resultante de un profundo sentido religioso, simbolismo de la teocracia, el militarismo y el imperialismo en pleno auge. Esa relación estuvo destinada a inmortalizar dioses, guerreros y estadistas mediante esculturas, pinturas y códices; a resaltar metáforas de poder; a practicar ritos emblemáticos y recordar mitos y tradiciones; a honrar templos y palacios; a concebir un orden cósmico que respondiera a ser el centro del universo; a conocer los ciclos del calendario astronómico y religioso. El libro prehispánico en aquellos centros de aprendizaje ayudó, junto con la palabra, a tejer los hilos del pasado que estaban unidos al legado histórico-político-cultural tolteca, a la antigua Tollan-Teotihuacán, la cuna donde se originaron los conocimientos que dieron prestigio a la antigua Mesoamérica. El influjo de esa primera Tollan se entiende cuando se asevera:

 

Tula y Tenochtitlan fueron los estados más fuertes después de Tollan-Teotihuacán. Eran reinos nauas y almacenaron en sus templos y bibliotecas las tradiciones que provenían de la primera Tollan. Saqueados o quemados los repositorios donde se había concentrado la tradición tolteca, a nosotros sólo llegó la memoria de Tollan guardada por los mexicas. A pesar de las catástrofes que destruyeron a la antigua Tenochtitlan, esa capital conservó un recuerdo hiperbólico de las glorias de Tollan-Teotihuacán. (Florescano; 2004, p.295).  

 

La creación y acumulación de conocimientos, consecuentemente la irradiación del quehacer documental en el universo de los asentamientos del México antiguo, se proyectan de manera clara cuando podemos observar la relación «biblioteca y Estado», base institucional del instrumental (los libros vernáculos) para conservar y transmitir la memoria indígena de aquellas civilizaciones precolombinas. Los  libros con escritura jeroglífica, como soportes perdurables, parece haber sido usados constantemente en la esfera de la educación nativa. La transmisión, el aprendizaje y la memorización del patrimonio cultural requirieron de poner en acción los recursos documentales hasta entonces disponibles. Una visión más detallada acerca de la función de enseñanza-aprendizaje que desempeñaron los libros prehispánicos en el contexto educativo azteca se aprecia en la siguiente cita:

 

[…] algunos conquistadores y sobre todo los primeros frailes misioneros descubrieron también que en el mundo mexica había centros educativos, los llamados calmécac (hileras de casas) y los telpuchcalli (casas de jóvenes). Allí esos libros eran explicados y se hacía aprender también de memoria a los educandos, de manera sistemática, largas crónicas, los himnos a los dioses, poemas, mitos y leyendas. Igualmente, tomando como base antiguos textos y discursos de los sacerdotes y sabios, se enseñaba a los muchachos a hablar bien. (León-Portilla; 1984, p. 15).    

 

El magisterio en los calmécac y telpochcalli comprendía así la enseñanza de las antiguas expresiones nativas, esto es, los huehuehtlahtolli, o “pláticas de los viejos”, los testimonios de la antigua palabra. Conocimiento constituido por un conjunto de discursos que formaban parte del legado de la cultura náhuatl. Mensajes de sabiduría, herencia de profunda reflexión que no sólo se transmitían en las escuelas sino también en los hogares. Pero, en efecto, había una marcada diferencia respecto a la educación que se impartía en esas dos instituciones prehispánicas. Distingamos desde otras aristas el contexto de la educación impartida por el Estado mexica:

 

La educación de los pipiltin o nobles era ordinario más esmerada ya que aprendían, entre otras cosas, el arte de interpretar y escribir los códices, la astrología, la teología y en una palabra la antigua sabiduría heredada de los toltecas.

Según parece, en la ciudad de México-Tenochtitlan existían al menos seis calmécac. Según los testimonios indígenas, en estas escuelas se transmitían las doctrinas y los conocimientos más elevados, como eran los cantares divinos, la ciencia de interpretar los códices, los conocimientos calendáricos, la historia y las tradiciones, la memorización de textos, etcétera.

Los telpochcalli, “casa de jóvenes”, eran los centros de educación para la mayoría del pueblo en el mundo prehispánico. Casi todos los calpullis o “barrios” tenían su propio telpochcalli. [...] En ellos se transmitían a los niños y jóvenes los elementos fundamentales de la religión, la moral, etcétera. Asimismo se adiestraba allí a los jóvenes en las artes de la guerra. (León-Portilla; 2007, pp. 276, 280-281).     

 

Como se puede observar, el fenómeno de la estratificación social estuvo estrechamente vinculado con el contexto de la educación. Así, en la cúspide se hallaban los nobles, esto es, aquellos quienes tenían la oportunidad y el privilegio de consagrarse, después de haber recibido la formación necesaria en el calmécac, a hilar ideas complejas; a elaborar las doctrinas mitológicas pertinentes a la tradición; a dirigir en los combates a los ejércitos; a aprender el oficio de guardianes de las palabras-recuerdo; a consignar el saber en los libros de pinturas, a interpretar el contenido plasmado en los códices; a contribuir, en fin, en la transmisión y generación sistemática de conocimiento inherente a los teólogos, astrólogos, filósofos, entre otras especialidades de saber elevado que cultivaron con particular delicadeza los pueblos del Anáhuac. De tal suerte que tanto el conocimiento sobre el antiguo Estado azteca en general como el conocimiento de la educación prehispánica mexica en particular, coinciden al aseverar:

 

[...] los nobles hereditarios, conocidos como pillis, de hecho eran una clase gobernante, entre la que se reclutaba a los principales comandantes del ejército, funcionarios y jueces. Los sacerdotes tenían rango de pillis y también eran educados en una escuela especial (calmécac) reservada a la elite. 

El último establecimiento, conocido como telpochcalli (casa de los jóvenes), a diferencia de las escuelas de las clases altas, capacitaba al ciudadano ordinario para su papel predeterminado en el Estado. Se daban conocimientos básicos de historia, y conducta social, pero también se enseñaban habilidades prácticas como la fabricación de adobes. Sin embargo, el principal objetivo era endurecer a los niños, prepararlos para los rigores de la guerra y enseñarles cómo manejar las armas. (Davies; 1988, pp. 192 y 194-195).

 

En suma, el calmécac fue la institución educativa rigurosa que trazó el espíritu cultural, ideológico y científico que permitió apoyar, como se ha venido explicado, las funciones rectoras del Estado, puesto que ahí se instruía, en efecto, la elite intelectual gobernante que hacía funcionar la organización política del Estado; era donde se formaba la cima de la jerarquía social, esto es, la capa superior de la clase dominante en el orden militar, administrativo, religioso y judicial. Así que en el calmécac se formaban entonces el Huey tlatoani (gran gobernante), sobre quien recaía las más elevadas responsabilidades de la administración pública del Estado; el cihuacóatl, a quien correspondía realizar las funciones del tlatoani en caso de ausencia de éste;  los cuatro dignatarios que conformaban el supremo consejo; así como los diversos miembros del grupo selecto llamado tlatocan o tlatoque, especie de consejo auxiliar gobernante. Mientras que la gente del pueblo, del macehualli, debía y podía tener acceso a la educación técnico-artesanal a través de la enseñanza elemental impartida en los telpochcalli, una derivación de la palabra telpochtli, “el joven”.  

 

El historiador León-Portilla distingue tres divisiones o “especies” entre los pipiltin: 1] los tlazopipiltin o “estimados príncipes”, descendientes directos de los tlaloque (señores, gobernantes supremos, como los Huey tlatoani, máximos gobernantes del Estado mexica), 2] los pipiltin en general, personas de rango inferior emparentadas con la nobleza, miembros de la clase dirigente, y 3] los quauhpipiltin o “príncipes águila”, provenientes de los estratos populares que por sus méritos y hazañas en el campo de batalla habían logrado alcanzar tal estatus. En este plano, la relación entre educación, escuelas y situación social en el universo azteca es clara:

 

Tlazopipiltin y pipiltin habían recibido una educación más esmerada en los Calmécac, escuelas superiores bajo el patrocinio de Quetzalcóatl. Allí estudiaban, entre otras cosas, el arte del buen hablar, los teocuícatl y teotlahtolli, cantos y discursos divinos, los sistemas calendáricos, la sabiduría contenida en los libros y el recuerdo de la tradición y la historia. En una palabra, allí eran preparados para ejercer los cargos que compelían a su rango. Unos habrían de destinarse a las altas jerarquías del sacerdocio, la administración pública, la impartición de justicia, la enseñanza, el mando de los ejércitos o el gobierno de los señoríos sometidos.

Los quauhpipiltin, que procedían del estrato de los macehualtin, casi todos habían concurrido a los telpochcalli o “casas de los jóvenes”, en las que la formación se dirigía a capacitar a los educandos en el arte de los guerreros y las técnicas que hacen posible la vida: agricultura, pesa, artesanías, comercio y otras. (León-Portilla; 1980, pp. 262-262).

 

 

Los Calmécac fueron, en efecto, los centros educativos superiores inspirados en el símbolo, el mito, la leyenda y el culto de Quetzalcóatl, cuya traducción literal significa quetzal (pájaro) y cóatl (serpiente), esto es, la Serpiente Emplumada fue el emblema relevante y una de las mayores deidades de las antiguas culturas de Mesoamérica, el máximo exponente sobrenatural a quien se le acredita ser el creador de la grandeza tolteca referente a la preocupación intelectual de avanzada, en un entorno que se caracterizaría por el apogeo de nuevas ideas y conceptos orientados a la formación de Estados teocráticos. Quetzalcóatl, representado en esplendidas obras escultóricas y en los trazos multicolores de varios códices, está ligado a la figura de Ehécatl, el dios del aire o viento. Así, en el imaginario mexica “Ehécatl-Quetzalcóatl fue elevado en Tenochtitlán al rango de patrono del Calmécac, la escuela donde los nobles mexicanos se adiestraban para acceder a los oficios sacerdotales y a los más altos cargos del Estado.” (Florescano; 2004, p. 259). El símbolo del pájaro-serpiente o de la Serpiente Emplumada, en tanto considerado como la divinidad creadora de todas las cosas asociadas al saber y a la sabiduría, se le asoció, en efecto, “con el calendario, numeración, escritura y observaciones astronómicas; es decir, con los conocimientos intelectuales de la época [...]. O sea una verdadera divinidad que encarnaba, para los hombres, todas las cosas buenas y grandiosas” (Piña; 1977, p.36). De tal modo que los gobernantes-sacerdotes superiores, en el contexto del mundo mesoamericano en general, y en de la cultura azteca en particular, adquirían el título de Quetzalcóatl, pues se asevera: “En Tenochtitlán, el calendario y la escritura, los dos saberes que ordenaban los ritos y conocimientos fundamentales, eran actividades vinculadas a Ehécatl y estaban a cargo de los dos sacerdotes mayores, quienes tenían el título de Quetzalcóatl.” (Florescano; 2004, p.258). A juicio de este mismo autor, Ehécatl-Quetzalcóatl proyecta las cualidades elevadas de la civilización en el seno de los Calmécac, es decir, la escritura, el canto, la poesía y todo aquello relacionado con el saber. En este sentido, a esa divinidad se le confirió el atributo de ser el fundador de la vida civilizada. Por esto, el discurso histórico-antropológico lo observa como una especie de héroe cultural, como la personalidad carismática que dispensaría a los humanos los bienes de la civilización

 

 

Referencias

 

Davies, Nigel. (1988). Los antiguos reinos de México. México: Fondo de Cultura Económica.

 

Florescano, Enrique. (2004). Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica. México: Taurus.

 

León-Portilla, Miguel. (2007). La visión de los vencidos: relaciones indígenas de la conquista. 29ª ed. Corregida y aumentada. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

 

---------------. (1980). Toltecáyotl: aspectos de la cultura náhuatl. México: Fondo de Cultura Económica.

 

---------------. (1984). Literaturas de Mesoamérica. México: Secretaría de Educación Pública.

 

Piña Chan, Román.  (1977). Quetzalcóatl: serpiente emplumada. México: Fondo de Cultura Económica.


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.