BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

DOCUMENTACIÓN INDÍGENA PREHISPÁNICA, EDUCACIÓN Y ESTADO II

No cabe duda que el fenómeno de la educación entre los pueblos nativos de Mesoamérica se manifestó, en general, como medio para preservar de modo seguro cuanto interesaba conocer y recordar, es decir, para trasmitir la visión del mundo, la herencia y la experiencia desarrolladas por las generaciones anteriores, con el fin superior de capacitar e instruir en el plano personal pero con la firme convicción de incorporar a las personas a la vida que implicaba espíritu comunitario; originó paulatinamente maneras más complejas de organización económica, social, religiosa y política; derivó en la dinámica de creación e integración de instituciones; ayudó a crear formas cada vez más refinadas y cuidadosas de expresión; confirió inspiración y conocimiento especial en el arte de las inscripciones, los manuscritos y las medidas de tiempo; ejerció influencia en el florecimiento de abundantes testimonios de formas de gobierno; produjo avances que determinaron la fisonomía de una alta cultura que se convirtió, con el paso del tiempo, en símbolo mismo de las primeras civilizaciones precolombinas; en fin, la educación enriqueció las prístinas estructuras sociales que transitaron de tribu a Estado.   

 

Por lo visto entonces el proceso educativo, mexica y de otros pueblos mesoamericanos, no podía prescindir del emblema del poder de la palabra escrita, del fulgor cultural del amoxtli o libro como soporte y de esos espacios conocidos como amoxcalli o casas equivalentes de libros para almacenar las tradiciones que provenían de la primera Tollán-Teotihuacán. De tal suerte que el nexo libro-educación o amoxtli-ixtlamachiliztli en el universo de los aztecas es explícito cuando se aprecia: “Las relaciones históricas, los himnos, los poemas, debían aprenderse de ...memoria, y los libros servían de recordatorio. Este era uno de los puntos principales de la enseñanza que daban a los jóvenes los sacerdotes en el calmécac (Soustelle; 1970, p. 233). En efecto, en relación con la formación comunitaria y formal que se impartía en aquellas escuelas prehispánicas, apoyada en los libros vernáculos, se asevera:

 

De las que había entre los mayas dan testimonio algunos cronistas, entre ellos fray Diego de Landa. Al igual que en el caso de los nahuas de la región central de México, se refiere que,  para trasmitir sus enseñanzas, los maestros se valían de libros y códices. Allí, con imágenes y signos glíficos, se conservaba el meollo del saber acerca de los dioses, la recordación del pasado, el conocimiento acerca de los destinos y los valores morales. (León-Portilla; 2005, p. 216).  

 

En razón de esto se puede afirmar que los libros, las bibliotecas y las escuelas prehispánicas resumen en cierto sentido los elementos materiales e intelectuales de sabiduría de los pueblos que originaron la civilización del México antiguo; conjunto institucional de símbolos que proyectaría una cultura refinada que definió en la práctica la importante relación entre la autoridad política (gobernantes) y la comunidad humana (gobernados). Los expertos en el conocimiento de la arquitectura, pintura, música, botánica, religión, escultura, orfebrería, danza, lapidaria, tejido, plumería, astronomía... debieron sentir la necesidad de aquellos otros expertos dedicados a la elaboración de los libros pintados, poseedores de la antigua escritura jeroglífica, difusores de la memoria colectiva. Entre el trecho de la tradición oral y la palabra escrita:

 

Podemos decir entonces que la compulsión de almacenar, ordenar y transmitir la memoria colectiva de los mayas, mixtecos, k’iche o mexicas es la causa remota que originó el mito cosmogónico, tanto en sus versiones orales como en las escritas. La primera versión, la oral, confluyó más tarde en el códice jeroglífico y éste se convirtió en la enciclopedia que contenían los valores sustantivos sobre los que reposaba el pueblo maya, mixteco, k’iche o mexica: era el libro que explicaba las relaciones de esos pueblos con los dioses, el cosmos, la naturaleza y los pueblos vecinos. Desde entonces el códice estableció un canon, un modelo estable que fijó el contenido, la composición y el estilo del relato que narraba los orígenes del cosmos y la creación de los primeros reinos. El códice se convirtió en la enciclopedia que aseguró la conservación y transmisión efectiva de esos conocimientos, y en el libro sagrado que atesoraba la memoria del grupo étnico. (Florescano; 1999, pp.76-77).

   

En todo caso, la educación recibida en el calmécac sería la antesala para ocupar los altos cargos del Estado, realizar o apoyar menesteres muy cercanos al funcionamiento del poder, con capacidad de tomar buenas decisiones y adquirir fuertes convicciones morales que permitiera realizar con eficacia la diversidad de asuntos públicos. Dotado con los conocimientos necesarios para poder seguir engrandeciendo el esplendor del imperio en sus diversos matices, el tecuhtli, el dignatario, el señor, palabra que designara al funcionario (emperador, sacerdote, jefe militar) de rango más elevado dentro de la sociedad náhuatl prehispánica, fue el tipo de figura o personaje que egresaba de ese espacio educativo. El calmécac fue así la institución destinada a impartir el equivalente a lo que hoy en día se conoce como educación superior; sería el lugar donde se podían aprender los conocimientos más refinados del saber náhuatl a través del uso de los códices, pues hay claro indicios que en esa escuela la enseñanza consistía:

 

[…] en el estudio de la astronomía y del calendario; los ritos y dogmas de la religión; la estrategia; la retórica o arte de hablar, la política o arte de gobernar, la historia de la nación y sus tradiciones; los himnos sagrados destinados a los dioses y los heroicos; las reglas del derecho, la interpretación y escritura de los jeroglíficos. (Loredo; Sotelo Inclán; 1956, p. 211).  

 

En este contexto intelectual, concretamente en el universo de la alta cultura mexica, aunque heredera de la tradición de otros pueblos mesoamericanos (Teotihuacan y Tula), la enseñanza ayudó a integrar una cultura propia y a conformar una estructura firme para el desarrollo de aquel modelo de ciudad-Estado: México-Tecnochtitlan. En el México antiguo, la escritura jeroglífica plasmada en los códices representó la vida, la muerte, los dioses, el maíz, la creación, el canto, el arte, la amistad, el señorío, la guerra, el sacrificio, el fuego, las flores, el cielo, la tierra, el agua, el calendario, el lenguaje, en fin, el conocimiento autóctono en sus diferentes dimensiones. Así, las colecciones de libros prehispánicos fueron elementos básicos no solamente para la comunicación simbólica de la elite dirigente, sino también en el proceso educativo de aquellos tiempos que sirviera de estímulo a la memoria del pueblo. Transmisión de ideas, tradiciones, creencias, cultos y mitos que lograron mantenerse vivos durante mucho tiempo después de la conquista española. En torno de este marco,  se expresa:

 

Sea lo que fuere, lo cierto es que tan sólo en el Calmécac encontramos algo que eleve más el espíritu y desarrolle el entendimiento, capacitándolo para abstracciones sencillas, pero que significan un progreso en ascensión del espíritu humano. Allí aprendían a leer jeroglíficos, a entender las pinturas [plasmadas en los libros nativos] en que se relataban sus historias, a interpretar el Tonalamatl [calendario], amén de que según unos, obtenían los conocimientos astronómicos hasta entonces adquiridos y reservados a los venturosos privilegiados de la fortuna: los sacerdotes. (Zepeda; 1993, pp. 37-38).

 

De este modo, entre los aztecas encontramos una organización social dirigida políticamente por sacerdotes que tuvieron a su alcance la comprensión del principal símbolo cultural que caracteriza a algunas civilizaciones antiguas: la escritura jeroglífica. Elemento a través del cual fueron cultivados serios conocimientos que ayudarían a crear y mantener un importante liderazgo social y político. En efecto, la hegemonía de la cultura mexica estuvo articulada, según observa la mira histórica, con la creación y el desarrollo de su cultura documental que logró construir a lo largo de los siglos; con la forma de cómo la civilización azteca ligó la escritura y el libro con el quehacer y cometido de las escuelas nativas; de cómo los dirigentes de ese pueblo antiguo procuraron inculcar, mediante de un proceso educativo sistemático, una entidad con profundas raíces históricas que tuvo un esplendor rico en matices. En esta tesitura se valora:

 

La nación azteca, con su gran capital, México-Tecnochtitlan, en la que había templos y palacios extraordinarios, con esculturas y pinturas murales, con sus centros de educación, y con una conciencia histórica preservada en sus códices o libros de pinturas, era un Estado poderoso que dominaba vastas regiones, desde el Golfo de México hasta el Pacífico, y que llegaba por el sur hasta las fronteras de la actual Guatemala. Su gloria y su fama eran bien conocidas de todos los pueblos de los cuatro rumbos del universo indígena. (León-Portilla; 1964, p. 11).    

 

México-Tecnochtitlan fue entonces un Estado que construyó su poderío sobre un rico quehacer cultural, el cual se caracterizó por la práctica sistemática de la educación y la preservación de conocimientos a través de la expresión tanto oral como escrita. En torno de esta perspectiva descansa la idea referente a que desde tiempos antiguos, hasta la fecha, el conocimiento y la información documental han venido proporcionando poder a la estructura política del Estado. No en balde ricos espacios destinados a la compilación, organización y uso de acervos de libros, entre otros tipos de fondos, se han constituido con especial énfasis en los círculos del poder político. La transmisión del saber antiguo acumulado estuvo así estrechamente vinculado con el nexo libros-educación-Estado.

 

Si es que una de las formas más eficaces para afirmar el poderío del Estado azteca fueron pues las instituciones educativas y documentales que creó y desarrolló esa estructura social autóctona en su entorno. Instituciones que ayudaron a generar el acto de educar, el cual permitiera poseer a la población indígena la gran herencia de sus antepasados y madurar así, con profunda sensibilidad, la comprensión intelectual de sus valores. La enseñanza-aprendizaje de hábitos y la ejercitación de juicios serían las técnicas para conservar estilos de vida; para heredar a las generaciones venideras los mejores frutos que los individuos en comunidad habían perfeccionado en sociedad.  

 

Bibliografía

 

Soustelle, Jacques. (1970). La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista. México: Fondo de Cultura Económica. 2nd ed.

 

León-Portilla, Miguel.  (2005). Aztecas-Mexicas: desarrollo de una civilización originaria. Madrid: Algaba Ediciones.

 

---------------. (1964). El reverso de la conquista: relaciones aztecas, mayas e incas. México: Editorial Joaquín Mortiz.

 

Florescano, Enrique. (1999). Memoria indígena. México: Taurus.

 

Loredo, Elvira de; Sotelo Inclán, Jesús. (1956).  Historia de México. México: Patria.

 

Zepeda Rincón, Tomás. (1993). La educación pública en la Nueva España en el siglo XVI. 3ª ed. México: Editorial Progreso.


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.